¿Quiénes de los que tenemos un perro en nuestras vidas no se ha sentido un dios cuando los tenemos cerca?
Ellos nos ven así. Somos su todo, el fin por el que vivir. Nos llenan de cariño, nos demuestran la mayor de las lealtades y, en definitiva, nos adoran.
Sin duda alguna su fidelidad y la capacidad que demuestran para amar, superan a las nuestras.
Nos cuidan
Cuidan de nuestras familias, nos defienden aún a costa de sus propias vidas. Se mimetizan con nuestro estado de ánimo, de tal forma que nos dan mimos y cariño cuando lo necesitamos. Notan lo que sentimos en cada momento y se comportan conforme a ello. Nos ayudan a templar nuestras emociones, ayudándonos a sobrellevar las penas y a compartir las alegrías.
Nos ayudan
Nos sirven de guardianes, trabajan con nuestro ganado, nos ayudan a cazar, rastrean y buscan plantas, setas y hongos, nos dan compañía o nos sirven de lazarillos.
Nos entienden
Existe un entendimiento absoluto entre ellos y nosotros. No nos hacen falta palabras para comunicarnos con ellos, ni ellos las precisan para mostrarnos sus sentimientos.
Nos perdonan
Da igual cómo nos mostremos con ellos. Su capacidad para perdonar es absoluta. Aún cuando algunos individuos los maltratan o los abandonan, siempre amarán a una persona que los trate bien, convirtiéndose en el mejor de los amigos. Un perro puede despreciar nuestra forma de actuar, pero seguirá amándonos a pesar de todo.
Quizá por ello, los perros y los niños tengan tan buena conexión, porque ambos no mienten sobre lo que sienten. Cuando un niño o un perro están tristes o alegres no fingen, ni lo ocultan: o son pura alegría o pura tristeza.
Y sin embargo no debemos olvidar que, pese a que se integran tanto en nuestras familias que parecen personas peludas que piensan como nosotros, no distinguen entre el bien y el mal, es decir no sienten culpabilidad, aunque aprendan a poner cara de pena para que se nos pase el enfado por algo que ha hecho y que no nos ha gustado nada.
